Más sobre Sicilia, después de Chapultepec
De Federico Chilián Orduña
Señor director:
Le solicito publicar la siguiente carta, dirigida a Javier Sicilia con motivo de la réplica que me dedicó en Palabra de Lector de Proceso 1809.
Muy querido Javier Sicilia: Infinitas gracias por responder a mis consideraciones, que sólo pretenden fortalecer la unidad y la eficacia del movimiento social por usted convocado, aun cuando en lo esencial persisten las diferencias respecto del modo como encara la representación de los ciudadanos que en él estamos involucrados; preciso en qué aspectos:
Afirma lamentar que me problematice su fe, basada “en el Evangelio y no en la Iglesia”. Replico que no es a mí a quien problematiza su fe, sino, se lo digo con respeto y afecto, a usted mismo. Si al Evangelio nos atenemos, permítame recordarle palabras de Jesucristo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). Usted podrá decir que saco el versículo de contexto y que en realidad lo que Jesús quiso decir fue… etcétera. Pero ¿qué necesidad de invocar el Evangelio en un diálogo entre ciudadanos de un Estado laico? ¿No es éste, a final de cuentas, un “discurso ideológico del pasado”, mucho más añejo de aquellos a los que alude en su artículo titulado Diálogo y no-violencia? (Proceso 1809). Insisto: Sacar a relucir nuestras creencias personales no contribuye a conseguir la paz que buscamos; por el contrario, entorpece el movimiento. Considero que es preferible atenerse a las leyes siempre perfectibles que los seres humanos vamos aprobando.
Usted, durante el diálogo con Felipe Calderón, quien a su lado sentó a Genaro García Luna, omitió señalar que la renuncia al cargo de secretario de Seguridad Pública de este funcionario fuera puesta a disposición de la sociedad civil, no obstante ser la primera exigencia que usted mismo formuló y que toda la gente congregada en el Zócalo le aplaudimos. ¿Por qué la omisión? Muchos lo ignoramos.
Mezcla usted el problema de Ciudad Juárez con el caso de Cherán y la situación de Tamaulipas y otros estados, como si la gente que lo seguimos no tuviese “mucha sabiduría” para distinguir entre seguridad pública, seguridad nacional e incluso seguridad jurídica, económica y social. Las funciones y ámbitos de responsabilidad del Ejército y de las policías están claramente definidos en la Constitución, aun antes de que los legisladores discutan y aprueben una Ley de Seguridad Nacional. Creo, discúlpeme si me equivoco, que subestima usted la capacidad de la gente que representa.
En su artículo confiesa usted su admiración por Gandhi, en quien inspira su lucha. Sabido es lo que el gran líder indio recomendó a los británicos: “Dejen las armas, por cuanto éstas no van a servir para salvarles a ustedes ni a la humanidad. Deben invitar a Hitler y Mussolini a que tomen todo lo que quieran de sus países. Si ellos quieren ocupar sus casas, váyanse de ellas. Si no les permiten salir, sacrifíquense a ellos, pero siempre rehúsen rendirles obediencia”. En nuestro caso el presidente Calderón comparó su “guerra” con la que libró el ministro británico contra los nazi-fascistas; sin embargo, las condiciones en que México se encuentra no guardan ningún símil con aquella confrontación internacional. Tan ingenua es la extrapolación presidencial como la pretensión de semejar nuestra lucha de resistencia pacífica con la que sostuvo Bapu.
No hay que ir muy lejos para encontrar el mejor camino a la paz, nos enseñó otro indio, pero este zapoteca, Benito Juárez, quien sin renegar de su fe católica jamás la involucró en los asuntos de Estado. Tan es así que a Maximiliano le dijo con todo respeto, antes de que desembarcara en Veracruz: “Es dado al hombre atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud. Pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”. El Benemérito precisó que podemos creer en lo que queramos, pero por encima de nuestros credos y ambiciones particulares están los ordenamientos legales que nos rigen y protegen a todos.
Muy querido Javier: Celebro la participación del obispo Raúl Vera y de otros clérigos muy respetables en nuestro movimiento, pero seamos claros: Lo que defendemos y por lo que luchamos es el respeto al estado de derecho, laico y nacional, que nos hemos dado los mexicanos.
Manifesté en el Zócalo, ante miles de compatriotas que coreaban “¡Muera Calderón!”, que gracias a usted, a su calidad moral, intelectual y sobre todo humana, habíamos podido manifestarnos los familiares de las víctimas (Youtube: Testimonio del caso Pablo Chilián). Hoy refrendo mi confianza en usted y en que sabrá ser consecuente con su gran responsabilidad ante el soberano pueblo de México.
Muy querido Javier Sicilia: Infinitas gracias por responder a mis consideraciones, que sólo pretenden fortalecer la unidad y la eficacia del movimiento social por usted convocado, aun cuando en lo esencial persisten las diferencias respecto del modo como encara la representación de los ciudadanos que en él estamos involucrados; preciso en qué aspectos:
Afirma lamentar que me problematice su fe, basada “en el Evangelio y no en la Iglesia”. Replico que no es a mí a quien problematiza su fe, sino, se lo digo con respeto y afecto, a usted mismo. Si al Evangelio nos atenemos, permítame recordarle palabras de Jesucristo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). Usted podrá decir que saco el versículo de contexto y que en realidad lo que Jesús quiso decir fue… etcétera. Pero ¿qué necesidad de invocar el Evangelio en un diálogo entre ciudadanos de un Estado laico? ¿No es éste, a final de cuentas, un “discurso ideológico del pasado”, mucho más añejo de aquellos a los que alude en su artículo titulado Diálogo y no-violencia? (Proceso 1809). Insisto: Sacar a relucir nuestras creencias personales no contribuye a conseguir la paz que buscamos; por el contrario, entorpece el movimiento. Considero que es preferible atenerse a las leyes siempre perfectibles que los seres humanos vamos aprobando.
Usted, durante el diálogo con Felipe Calderón, quien a su lado sentó a Genaro García Luna, omitió señalar que la renuncia al cargo de secretario de Seguridad Pública de este funcionario fuera puesta a disposición de la sociedad civil, no obstante ser la primera exigencia que usted mismo formuló y que toda la gente congregada en el Zócalo le aplaudimos. ¿Por qué la omisión? Muchos lo ignoramos.
Mezcla usted el problema de Ciudad Juárez con el caso de Cherán y la situación de Tamaulipas y otros estados, como si la gente que lo seguimos no tuviese “mucha sabiduría” para distinguir entre seguridad pública, seguridad nacional e incluso seguridad jurídica, económica y social. Las funciones y ámbitos de responsabilidad del Ejército y de las policías están claramente definidos en la Constitución, aun antes de que los legisladores discutan y aprueben una Ley de Seguridad Nacional. Creo, discúlpeme si me equivoco, que subestima usted la capacidad de la gente que representa.
En su artículo confiesa usted su admiración por Gandhi, en quien inspira su lucha. Sabido es lo que el gran líder indio recomendó a los británicos: “Dejen las armas, por cuanto éstas no van a servir para salvarles a ustedes ni a la humanidad. Deben invitar a Hitler y Mussolini a que tomen todo lo que quieran de sus países. Si ellos quieren ocupar sus casas, váyanse de ellas. Si no les permiten salir, sacrifíquense a ellos, pero siempre rehúsen rendirles obediencia”. En nuestro caso el presidente Calderón comparó su “guerra” con la que libró el ministro británico contra los nazi-fascistas; sin embargo, las condiciones en que México se encuentra no guardan ningún símil con aquella confrontación internacional. Tan ingenua es la extrapolación presidencial como la pretensión de semejar nuestra lucha de resistencia pacífica con la que sostuvo Bapu.
No hay que ir muy lejos para encontrar el mejor camino a la paz, nos enseñó otro indio, pero este zapoteca, Benito Juárez, quien sin renegar de su fe católica jamás la involucró en los asuntos de Estado. Tan es así que a Maximiliano le dijo con todo respeto, antes de que desembarcara en Veracruz: “Es dado al hombre atacar los derechos ajenos, apoderarse de sus bienes, atentar contra la vida de los que defienden su nacionalidad, hacer de sus virtudes un crimen y de los vicios propios una virtud. Pero hay una cosa que está fuera del alcance de la perversidad, y es el fallo tremendo de la historia. Ella nos juzgará”. El Benemérito precisó que podemos creer en lo que queramos, pero por encima de nuestros credos y ambiciones particulares están los ordenamientos legales que nos rigen y protegen a todos.
Muy querido Javier: Celebro la participación del obispo Raúl Vera y de otros clérigos muy respetables en nuestro movimiento, pero seamos claros: Lo que defendemos y por lo que luchamos es el respeto al estado de derecho, laico y nacional, que nos hemos dado los mexicanos.
Manifesté en el Zócalo, ante miles de compatriotas que coreaban “¡Muera Calderón!”, que gracias a usted, a su calidad moral, intelectual y sobre todo humana, habíamos podido manifestarnos los familiares de las víctimas (Youtube: Testimonio del caso Pablo Chilián). Hoy refrendo mi confianza en usted y en que sabrá ser consecuente con su gran responsabilidad ante el soberano pueblo de México.
Fraternalmente
Paz, Justicia, Dignidad
Licenciado Federico Chilián Orduña
Heroica Puebla de Zaragoza
transiciondiario@hotmail.com
Teléfono: 22-22-40-19-00
Paz, Justicia, Dignidad
Licenciado Federico Chilián Orduña
Heroica Puebla de Zaragoza
transiciondiario@hotmail.com
Teléfono: 22-22-40-19-00
Respuesta de Javier Sicilia
Señor director:
Permítame publicar las siguientes líneas ante la carta precedente.
Mil gracias, querido Federico, por este diálogo. Sus consideraciones me son muy importantes por su claridad y argumentación. Comprendo lo que señala en relación con mi fe. Pero, como le dije en mi anterior respuesta, no puedo prescindir de ese mundo en el que me formé y me ha hecho lo que soy –toda mi obra y mi vida están llenas de ella–. Por lo demás, querido Federico, Occidente y el mismo laicismo son, junto con las raíces griegas, hijos de esa larga y traicionada tradición.
Tiene, sin embargo, razón cuando, al referirse al diálogo con Calderón, me señala que omití decirle que la renuncia de García Luna que pedí en el Zócalo de la Ciudad de México fuera puesta a disposición de la sociedad civil. Debí haberlo hecho, es verdad. Le confieso, sin embargo, que pendiente de las víctimas y de tocar el corazón de Calderón en ese tema, lo que usted me señala no pasó por mi mente. No sé si lo lamento. Mientras no tengamos la revocación del mandato, que debe incluirse en la reforma política, junto con otros muchos instrumentos ciudadanos –es una demanda absoluta que haremos a los legisladores–, era volver a centrar el asunto en una polémica que no conduce a nada y que habría ido en detrimento de las víctimas, como sucedió cuando la planteé en el Zócalo.
Sigo amando profundamente a Juárez –lo que habla, a través de mi vida de fe, de mi laicidad–. Pero por encima de él, Gandhi me parece el ejemplo más profundo y más vivo de lo que es la vida espiritual en el ámbito de la política. Insisto, querido Federico, en que la lucha, como él lo enseñó, debe ir al corazón y a la conciencia del adversario. Sólo desde allí –una lucha larga, difícil, sinuosa– podemos llegar a fundar cosas perdurables. Pero volvamos a Juárez. ¿Recuerda sus “Castigos ejemplares”? Esas reflexiones, después de volver de Monterrey –donde la procuraduría, con una inhumanidad sólo comparable al desprecio, no tenía ningún avance en relación con los 13 casos de desaparecidos que había prometido ir solucionando–, no han dejado de acompañarme. Muchos funcionarios de este país deberían ser castigados ejemplarmente por su irresponsabilidad y su desprecio –deberían ser despedidos y señalados como traidores–. Pero eso, querido Federico, depende de la presión que los ciudadanos hagamos al corazón de la clase política. Sólo de esa reserva moral del país, que el Movimiento por la Paz y la Justicia ha despertado y convocado, depende que la ética que nos enseñó Juárez y la fuerza de la no-violencia y del amor que nos enseñó Gandhi puedan volver a hacer parte de la política. Creo, querido Federico, que implantar para este periodo la reforma política con los agregados que el movimiento exige, el cambio de estrategia en la seguridad nacional y la Ley de Víctimas son tareas –lo mínimo indispensable para rehacer el suelo que nos han quitado– que dependen de la fuerza ciudadana.
Gracias por reiterarme su confianza. Es la misma que tengo en usted y en esos ciudadanos que han puesto por encima de todo la dignidad de la nación. Sin gente como usted, este país sería una absoluta cueva de criminales.
Mil gracias, querido Federico, por este diálogo. Sus consideraciones me son muy importantes por su claridad y argumentación. Comprendo lo que señala en relación con mi fe. Pero, como le dije en mi anterior respuesta, no puedo prescindir de ese mundo en el que me formé y me ha hecho lo que soy –toda mi obra y mi vida están llenas de ella–. Por lo demás, querido Federico, Occidente y el mismo laicismo son, junto con las raíces griegas, hijos de esa larga y traicionada tradición.
Tiene, sin embargo, razón cuando, al referirse al diálogo con Calderón, me señala que omití decirle que la renuncia de García Luna que pedí en el Zócalo de la Ciudad de México fuera puesta a disposición de la sociedad civil. Debí haberlo hecho, es verdad. Le confieso, sin embargo, que pendiente de las víctimas y de tocar el corazón de Calderón en ese tema, lo que usted me señala no pasó por mi mente. No sé si lo lamento. Mientras no tengamos la revocación del mandato, que debe incluirse en la reforma política, junto con otros muchos instrumentos ciudadanos –es una demanda absoluta que haremos a los legisladores–, era volver a centrar el asunto en una polémica que no conduce a nada y que habría ido en detrimento de las víctimas, como sucedió cuando la planteé en el Zócalo.
Sigo amando profundamente a Juárez –lo que habla, a través de mi vida de fe, de mi laicidad–. Pero por encima de él, Gandhi me parece el ejemplo más profundo y más vivo de lo que es la vida espiritual en el ámbito de la política. Insisto, querido Federico, en que la lucha, como él lo enseñó, debe ir al corazón y a la conciencia del adversario. Sólo desde allí –una lucha larga, difícil, sinuosa– podemos llegar a fundar cosas perdurables. Pero volvamos a Juárez. ¿Recuerda sus “Castigos ejemplares”? Esas reflexiones, después de volver de Monterrey –donde la procuraduría, con una inhumanidad sólo comparable al desprecio, no tenía ningún avance en relación con los 13 casos de desaparecidos que había prometido ir solucionando–, no han dejado de acompañarme. Muchos funcionarios de este país deberían ser castigados ejemplarmente por su irresponsabilidad y su desprecio –deberían ser despedidos y señalados como traidores–. Pero eso, querido Federico, depende de la presión que los ciudadanos hagamos al corazón de la clase política. Sólo de esa reserva moral del país, que el Movimiento por la Paz y la Justicia ha despertado y convocado, depende que la ética que nos enseñó Juárez y la fuerza de la no-violencia y del amor que nos enseñó Gandhi puedan volver a hacer parte de la política. Creo, querido Federico, que implantar para este periodo la reforma política con los agregados que el movimiento exige, el cambio de estrategia en la seguridad nacional y la Ley de Víctimas son tareas –lo mínimo indispensable para rehacer el suelo que nos han quitado– que dependen de la fuerza ciudadana.
Gracias por reiterarme su confianza. Es la misma que tengo en usted y en esos ciudadanos que han puesto por encima de todo la dignidad de la nación. Sin gente como usted, este país sería una absoluta cueva de criminales.
Atentamente
Paz, Fuerza y Gozo
Javier Sicilia
Paz, Fuerza y Gozo
Javier Sicilia